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  • Natalia P.

Aprendió a cocinar mientras llovía

Días previos a mi cumpleaños tenía el entusiasmo por festejar con la familia, por lo que empecé a considerar distintas opciones para la celebración, vino a mi mente la recomendación que me habían hecho acerca de un sitio no muy grande, en donde servían comida mexicana, se escuchaba música y lo pasabas bastante bien. Así que destiné un viernes por la tarde para averiguar si era verdad la existencia de ese lugar.

Eran las 14:00 horas cuando llegué al lugar, ya había una cantidad considerable de gente esperando entrar, pensé en irme, pero lo reconsideré, si había tanta gente quizá valía la pena esperar, además sabiendo el tránsito que existe en la ciudad terminaría comiendo más tarde, tomé mi lugar en la fila de espera; pasaron unos minutos cuando cuatro personas tomaron un sitio detrás de mí, tuve la impresión de que eran papá, mamá e hijas, dos adolescentes. Sin poder evitar, escuché la conversación, una de las adolescentes dijo: oye ¿y será cierto lo que dicen de este pozole?, la otra chica respondió: cómo crees? ¡Ya deja de ver ese programa de televisión! ¿Cómo se llama? ¡Misterios sin resolver!, todos se rieron, excepto quien había iniciado la conversación.

Existían leyendas urbanas y teorías conspiratorias en torno a la exquisita sazón de la dueña del lugar, decían que si rezaba dos rosarios antes de iniciar a cocinar; que si cada platillo tenía macabros ingredientes secretos; que si el espíritu de su bisabuela le había entregado su recetario; incluso se hablaba de extraterrestres, abducciones, alianzas y secretos de cocina.

A María, la dueña del lugar, todas esas historias le generaban carcajadas, la verdad era que a todas sus cacerolas, ollas y sartenes les ataba hojas de maíz, eran sus “aretes”; pero el secreto principal era el recuerdo de cuando niña había iniciado su gusto por la cocina. Una tarde empezó a llover, ella y su padre se dirigían a la escuela de sus hermanas mayores, la lluvia y el granizo eran tan fuertes que se resguardaron en un quiosco, ahí vendían periódicos y revistas, su padre, quien tenía un gusto y habilidad por la cocina vio una revista de recetas, pidió permiso al vendedor para poder verla, empezó a hojearla, al mismo tiempo que María veía las fotos, le dijo a su papá: esto se ve muy bueno, dan ganas de arrancar la hoja y comérselo, el papá y el dueño del negocio rieron.

En ese momento inició una actividad por varios años, miraba junto a su padre las revistas con recetas y fotografías que cualquier persona tan solo con mirarlas sentiría agua la boca, después las realizaban en casa.

Años después cuando María decidió que cocinar era lo que quería hacer por siempre, tuvo al mejor consejero: su padre. Ahora cada vez que duda en relación a un ingrediente le llama al que ella considera el mejor cocinero del mundo.

No sé exactamente cuánto tiempo pasó, pero finalmente ya estaba sentada con un plato de pozole frente a mí, con el primer sorbo entendí las leyendas, sin embargo la única verdad era que María, siendo niña, había aprendido a cocinar mientras llovía.




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