- Texto y Foto: Eunice Lozada Rosillo
La cuarentena nos enseñó algo: podemos cocinar
Es julio del año 2020 en la CDMX. Desde hace cuatro meses la cuarentena por el Covid 19 nos ha obligado a permanecer en casa y cambiar la pregunta básica “¿Qué vamos a comer hoy?” por “¿Qué vamos a cocinar hoy?”. Eso inevitablemente nos lleva a otra cuestión, para muchos más angustiante, “¿cómo lo vamos a hacer?”

La cocina de la cuarentena ha sido una cocina de descubrimiento. A partir de ese 23 de marzo, el inicio oficial de la cuarentena, la oferta alimentaria de la Ciudad de México cerró casi por completo y desde ese día muchos entraron a su cocina para, por primera vez, picar ingredientes, freírlos, licuarlos, mezclarlos y encontrar la sazón adecuada a sus platillos. Como un acto de inusitado reconocimiento personal, algunas personas supieron hasta entonces a qué sabía la comida que ellas mismas eran capaces de preparar.
Cocinarse a sí mismos fue otra de las múltiples estrategias que surgieron para cubrir la necesidad de alimentarse en este encierro, pues hacerlo no forma parte de la cotidianidad ni de las prioridades para diferentes personas en esta ciudad: jóvenes, parejas sin hijos, familias con horarios diversos, personas solteras, en fin, la cuarentena sorprendió a quienes por motivos diferentes no habían pasado más de media hora en su cocina.
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En esas primeras semanas de abril, Elena inició otro tipo de comunicación con su madre, quien desde algún lugar de Guanajuato la instruía vía telefónica para que se cocinara algunos de los platillos que ella solía preparar para ambas. Acostumbrada a solo usar un sartén y un volteador, Elena experimentó aquello de lo que había huido: dedicar su tiempo y paciencia a cocinar, junto con la limpieza sin fin que implica.
En esta cuarentena ha descubierto el sabor de su propia comida y no le sabe mal. Preparar la receta de humus de su novio es uno de sus gustos e incluso, asegura, la ha perfeccionado. También ha confirmado su reticencia al uso de la estufa y, por lo tanto, al uso temible de la olla exprés, así que en cuanto a garbanzos y frijoles, prefiere no experimentar y comprarlos enlatados porque quizá cocinar frijoles ya es un nivel superior de la comida hecha en casa
En cambio, le ha sido muy grato aprender a usar el horno eléctrico, uno de sus objetos de cuarentena como lo ha sido para Eduardo y Leonarda, quienes después de haber postergado su curiosidad por desidia y por falta de tiempo, en el encierro al fin pudieron meter las manos a la masa.
Según lo muestran las redes sociales, amasar y hornear pan en sus múltiples presentaciones ha sido una de las actividades más recurrentes de la cuarentena. Quizá ocurra porque el pan es uno de los alimentos más simbólicos en la vida colectiva; quizá, porque lo que requerimos en este encierro es compañía, es decir, con quién compartir el pan; quizá, porque como me comentó Eduardo, al final del esfuerzo físico y de experimentar una y otra vez, lo que queda no solo es un trozo de pan sino el descubrimiento de la invaluable sensación de autosuficiencia.
Como ellos, en estas semanas muchos perdimos nuestros espacios colectivos para comer, pero nos hemos encontrado y compartido en el espacio privado que es la cocina. Desde ahí personas como Tamara han socializado su experiencia a través de sus historias en Instragram. Para ella cocinar con su novio fue una novedad al inicio de la cuarentena, porque hasta entonces se cuestionaron desde dónde adquirir sus alimentos para apoyar a los productos locales, hasta qué cantidad de ajo echar en sus guisados.
Pero la novedad se quedó en esas primeras semanas, dos meses después la carga laboral los regresó a la cotidianidad de pedir comida a domicilio o comer en horarios diferentes. Luego de ese primer acercamiento a la cocina, guiada por videos de YouTube, Tamara reconoció el vínculo socioafectivo que conlleva el cocinar pues se comprometía más al hacerlo con su novio que al cocinarse solo para ella, sin embargo es sincera: prefiere seguir comiendo delicioso sin gastar tiempo y pedir en la fonda de la esquina con sus propios tupers.
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Cocinar puede verse desde dos perspectivas: se hace por gusto o por obligación. Sobre todo para las personas que viven en familia, el tiempo y esfuerzo que implica cocinar, desde planear qué comer hasta limpiar los trastes, se ha resentido más en este encierro.
Por otro lado, quienes no se habían acercado a ese espacio ahora saben del compromiso y las aparentes nimiedades que requiere el preparar sus alimentos; algunas personas se quedarán en la novedad, otras afirman que lo seguirán haciendo, lo cierto es que la cuarentena fue una etapa de descubrimiento en el lugar menos imaginado: la cocina de su hogar.