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  • Texto: Natalia Páez; Ilustración: Carlo Sanginés

Genio y figura hasta…


La gente en el pueblo lo llamaba Inclán, todos sabían que tenía una esposa que lo esperaba en casa, pero prácticamente vivía entre la calle y el panteón, ayudaba a los sepultureros a rascar la tierra para las tumbas, a veces cargaba a los difuntos, el pago eran unos tragos de alcohol.


En la mayoría de los sepelios hay alcohol para recordar y celebrar la partida del difunto al lugar de paz eterna, Inclán sin conocer a los dolientes conseguía una botella que le daba valor para trabajar en ese ambiente lúgubre y doliente. Algunas veces consolaba a la familia de los difuntos, los abrazaba como si se tratase de un hermano en común que se ha perdido.


El día que murió el más joven de los hermanos a los que todos llamaban “los Diablos”, Inclán regresó junto con él de la peregrinación anual a la Basílica de Guadalupe, todo el camino ida y vuelta bebieron, nunca se sabía cómo conseguían el alcohol, sin embargo, su estado de embriaguez era permanente, parecía de nacimiento, probablemente sólo su madre y esposa lo vieron sobrio alguna vez.


Ese 13 de diciembre hubo un sepelio, era medio día cuando llegó para ayudar a rascar la tierra, curiosamente todos, aun los que no estaban presentes, recuerdan ese día. Por debajo de una piedra salió asustado un alacrán, Inclán lo tomó de la cola y se lo metió en la boca, como si se tratase de un niño que absorbe los fideos con los labios, el pobre animal trataba de escapar, se veían sus tenazas salir de la boca de aquel hombre que terminó ganando la batalla. Todos con sorpresa en silencio vieron la escena, una vez que se había tragado al animal, sonrió y dejo ver el hueco entre los pocos dientes que le quedaban, tomó un sorbo de mezcal y siguió quitando la tierra.


Después del sepelio, fue a casa para enterarse que a su compadre “el diablito” le había dado “algo” porque bebió agua muy fría, se quejó de dolor de estómago y a las dos horas ya estaba muerto. Inclán sin ninguna expresión salió y en la esquina de la tienda, donde solían reunirse para beber, vio a su compadre, se acercó contento, pensó que eso de la muerte era una mentira de la esposa para que dejara de beber, entonces aquel le dijo: compadre, vamos para la casa, ¡tengo unas botellitas a medias! las acompañamos con “taco placero”[1], ¡claro compadrito!- respondió Inclán, empezaron a caminar, pero la vereda no parecía conocida, por lo que preguntó- a dónde compadre?, y como si se tratase de un cuento de Juan Rulfo “el Diablito” contestó- allá compadre, donde están los perros, no oyes ladrar los perros?. Inclán no los escuchó.


Al día siguiente le avisaron a la mujer que habían encontrado muerto a Inclán en una esquina del panteón, con botella y taco placero en mano.




[1] Taco placero es un modismo mexicano para designar una comida a base de tortilla, queso, aguacate y chicharrón de cerdo

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