- Irene Vázquez;
Somos lo que comemos
Huele a café. Sobre la mesa descansan migajas de pan, dos gotas verdes de aceite de oliva y la pipa llena de ceniza. Permanezco inmóvil, recargada en la entrada a tu cocina, viéndote calentar la leche de coco en un pocillo de peltre.

-¿Qué opinas si le agrego un poco de clavo al café?
Buscas que me convierta en tu cómplice, así que sonrío y afirmo con la cabeza.
-Corazón, ¿quieres aguacate?
Me gusta escucharte decir corazón, al mundo y a mí. Esa palabra tan tuya que no siento mía, que recibo con cariño y me deleito en ella, junto a todos los demás corazones que ahí cabemos.
-Prueba el café, ¿quedó bueno?
El café está perfecto. Sirves tu taza y me dices que a ti y a mí lo que nos une es la comida (te refieres al hambre), pero te quedas viéndome a los ojos, atento a mi reacción. Justifico tu argumento con nuestros signos zodiacales (soy tauro y desde ahí se responde todo). Nos quedamos en silencio, tú con la taza de café en la mano, yo sorbiéndolo lento, con la esperanza de alargar la ausencia de palabras.
Empieza a oler a quemado, la baguette se ve bronceada en el horno. Supura un olor tan penetrante como el del hambre, la tuya y la mía.
Tomas las pinzas y colocas un trozo de pan en cada plato, los bañas con aceite de aceite de oliva y después les colocas jitomate completamente amorfo. Tus manos se dirigen a los molinos de sal y pimienta. Ante nosotros: pan tumaca y el mediodía.
¿Te he dicho que me causa placer moler las especias? Creo que no. Vuelvo a moler pimienta tres veces más sobre mi plato, tú te levantas a buscar queso.
Me quedo pensando: ¿qué somos primero, lo que somos o lo que comemos?
Somos cariño, intimidad, hambre. Comemos lo que tú preparas porque te gusta y sabes que a mí también, recuerdas que me fascina el queso y lo procuras en la mesa, que el café lo tomo con leche muy caliente y así me lo ofreces. Eso que somos lo ponemos en el desayuno y nos lo comemos.
Levanto la mirada y te digo que la comida es un código de comunicación. Te terminas el café y me preguntas qué quiero decir, entonces, saco del horno el tercer trozo de pan, lo corto a la mitad y coloco uno en cada plato. Lo preparo de la misma manera que tú lo habías hecho antes, pero al tuyo le pongo un poco más de aceite (siempre le pones más que yo). Observas la seriedad con que hago todo, imagino que tu mente graba esta escena en cámara lenta y por eso estás tan atento. Sonríes.
Compartir la comida es un acto generoso, lleno de curiosidad e intuición; que involucra los sentidos y las emociones. Es estar y procurar.
-En este desayuno somos nuestra comida favorita.
A penas terminas de decirlo y te sonrojas, yo río y mi cabello roza el pan. Te levantas a servirnos más café.