La cocina de la escritora

En el pasto seco juegan las tres niñas, cada una toma la proporción necesaria de lodo para preparar un “pastelito”, hacen el mismo procedimiento una y otra vez; en tanto, los 3 pollitos de color azul que les regalaron cuando pasó la camioneta con su altavoz: ¡pollitos de colores! ¡20 pesos! ¡El regalo para el niño o la niña! ¡Aproveche! ¡Pollitos de colores…! caminan a su alrededor.

Los pollitos azules tienen un rol fundamental en el juego de la “comidita”, Lía les pone su plato después de caminar entorno al naranjo: mamá ha llegado de trabajar, ahora atiende a los hijos, ella ve sobre los platos queso y pan recién horneado como el que ilustra los cuentos. Recién había leído “El patito feo” de Hans Christian Andersen, así que mientras sirve la comida piensa en la imagen del patito rechazado, imagina cómo se siente al recibir las burlas de sus hermanos, piensa en los picotazos por los que debe huir y pasar hambre durante el invierno, exclama para sí ¡pobre patito!, pero recuerda que llegó la primavera y en el lago encontró a las aves más hermosas jamás vistas, él era una de ellas, vuelve a exclamar para sí ¡encontró a su familia! Se siente aliviada.

La vida adulta es reminiscencia de los juegos y cuentos de la infancia que se quedan escondidos en nuestro inconsciente, Lía es cocinera, prepara desayunos y comida en una fonda, cocina desde huevos revueltos con jamón hasta paella para los jueves; de lunes a viernes está lleno el lugar, son abogados y médicos que trabajan cerca, por eso sábados y domingos no abre, “no conviene” le expresa a un hombre que pregunta si habrá servicio el sábado.

Los sábados son su día favorito, permanece en casa, se dedica a escribir porque quiere ser “escritora”, imagina que algún día venderá libros como los desayunos continentales que vende en la fonda y que no necesitará cocinar más, no es que le disguste preparar café, sólo que le gustaría estar con otros cisnes.