- Texto: Mayra P. Cuautle; Foto: Ariel Ojeda
De las calles a la literatura ¿o al revés?

“Oye Carlos, porque tuviste que decirle que la amabas, a Mariana”[1]
Hay veces que uno se reencuentra con las historias que había pensado olvidadas. Volver a ese libro que se leyó por obligación mientras se estaba en la escuela, muchos años después puede ser todo un descubrimiento nuevo, tanto que al pasar página por página se va convirtiendo en un favorito. Así me sucedió con el libro "Las batallas en el desierto" de José Emilio Pacheco. Una historia muy conocida y muchas veces no precisamente por el libro. ¿Quién no ha escuchado el verso: “Oye Carlos, porque tuviste que decirle que la amabas, a Mariana”?
Dentro de esta novela el autor nos adentra en un recorrido por la Ciudad de México ―antes conocida como Distrito Federal― en los años 40, cuando se empezaban a apreciar cambios en la vida cotidiana de los mexicanos. Y como en muchas obras literarias, la comida como un elemento de descripción es infaltable.
“Empezábamos a comer hamburguesas, pays, donas, malteadas, áiscrim, margarina, mantequilla de cacahuate. La Coca-Cola sepultaba las aguas frescas de Jamaica, chía, limón. Los pobres seguían tomando tepache. Nuestros padres se habituaban al jaibol que en principio les supo a medicina. En mi casa está prohibido el tequila, le escuché decir a mi tío Julián. Yo nada más sirvo whisky a mis invitados: hay que blanquear el gusto de los mexicanos.”[2]
Entre líneas se puede hablar de los alimentos, las maneras de consumirlo y hasta de los gustos de los personajes, tanto que se convierte en algo casi imposible el no imaginar los platillos y hasta cierto punto querer degustarlos.
Por otro lado se observa que no sólo hubo cambios materiales sino también de pensamiento, por esa nueva búsqueda del american way of life, o el deseo por asemejarse al país vecino. Las referencias que se hacen a los alimentos, dentro de toda la novela, forman parte de un diferenciador, en este caso de estratificación social aunada a la época. José Emilio Pacheco logra transportar lo que había en las calles, a la escenografía de sus escritos.
“Cruzamos Obregón, atravesamos Insurgentes. Cuéntame: ¿Pasaste de año? ¿Cómo le fue a Jim en los exámenes? ¿Qué dijeron cuando ya no regresé a clases? Rosales callado. Nos sentamos en la tortería. Pidió una de chorizo, dos de lomo y un Sidral Mundet. ¿Y tú, Carlitos: no vas a comer? No puedo: me esperan en mi casa. Hoy mi mamá hizo rosbif que me encanta. Si ahora pruebo algo, después no como. Tráigame, por favor, una Coca bien fría.”[3]
Pero los tiempos cambian, hoy en día las tortas son un alimento muy apreciado. Cabe aclarar que en la Ciudad de México se le conoce como torta a un pan (generalmente bolillo) que se abre por la mitad y se rellena con alguna preparación ya sean embutidos, carnes rojas, pollo, pescados o diferentes quesos y verduras. Dependiendo del relleno se puede agregar una capa de frijoles, mayonesa, aguacate, jitomate, cebolla y como picante puede llevar chipotle o rajas.
Las hay frías como la de jamón, sí aquella que añoraba el Chavo del 8, o calientes como la de milanesa de res o pollo. Este alimento es un clásico de la ciudad ya que se ha adaptado a todos los gustos y niveles socioeconómicos. Asimismo su fácil preparación y transportación ha permitido que muchos lleguen a venderlo. Los rellenos sólo tienen como límite la imaginación del cocinero, y tal es el punto, que se acostumbra a decir que los chilangos comemos todo dentro de un bolillo. Como ejemplo una de las últimas “invenciones”, muy popular en redes sociales, fue una torta rellena de tacos de suadero.
Algunas de las más famosas, lo son por su tamaño como las de El cuadrilátero, un establecimiento que se encuentra en una de las zonas más concurridas del centro histórico y se caracteriza por elaborar la torta más grande. A unas cuantas calles, por el metro Allende, se pueden encontrar las tortas de bacalao o pavo, un deleite que no es exclusivo de una época del año sino que allí se pueden encontrar todos los días. O las de antaño, como las tortas de Armando, que existen desde finales del siglo XIX, descritas magníficamente por Don Artemio de Valle-Arizpe:
“En la puerta se aglomeraba saboreándose, el gentío, y sólo se escuchaba en aquel amplio silencio, como esotérico, la voz que decía: “Armando, una de lomo; Armando, una de jamón; Armando, tres de pollo, para llevar; Armando, dos tostadas”; y así el pedir y el complacer era interminable.”[4]
Y de las tortas podríamos hablar infinitamente. Y de las referencias de comida en los libros… también.
[1] Café Tacuba (1992), Las batallas, Café Tacvba, CD, Warner Music México, México.
[2] Pacheco, José Emilio (2011), Las batallas en el desierto: Ediciones Era, p. 12.
[3] Pacheco, José Emilio (2011), Las batallas en el desierto: Ediciones Era, p. 60.
[4] Valle- Arizpe, Don Artemio de, “Las tortas de Armando” en Salvador Novo, Cocina mexicana. Historia Gastronómica de la Ciudad de México, Porrúa, México, 2013, p. 215.