- Natalia P.; Ilustración: Ciomar Lozano
La abuela María
“No iba a decirle a Dinorah que se casara, porque la única vez que lo hizo ella le contestó con grosería, cásate tú primero, ponme el ejemplo, huisa. No iba a insistir que las dos eran solteras pero Marina no tenía hijos, un hijo, esa era la diferencia, ¿no necesitaba un padre el niño?”[1]

María, al igual que muchas mujeres, es la única responsable de su hija. La lleva a la escuela pública; en las mañanas compra bolillos recién salidos del horno, cuando los corta para untarlos de nata sale “humito”, todavía están calientes, espolvorea azúcar sobre la nata, es el almuerzo de media mañana para la niña.
María trabaja como secretaria en la cámara de diputados, es la única de siete hermanos que estudió una carrera técnica, eso le permite cubrir los gastos de su hija y de sus padres, quienes viven del cuidado de sus propios animales, tienen 2 vacas, un caballo y un montón de gallinas; por eso siempre hay huevos y nata fresca en casa.
Nadie sabe el motivo por el que Román no vive con María y su hija, quizá eso es lo menos importante para la gente del pueblo, ellos sólo saben que es madre soltera, lo que hace suponer la cantidad de rumores que giran alrededor. Es un pueblo católico, el máximo grado de estudios es la secundaria, la mayoría de las mujeres están convencidas de que el único futuro posible es un marido e hijos al que deberán cuidar el resto de la vida, olvidando su propia existencia. Con ese único futuro en sus manos las mujeres miran celosamente a María, ella usa perfume, tacones y se pinta los labios, es una mujer alta y hermosa, nunca pasa desapercibida, además puede hablar de política, de música, de arte culinario, ella conoce más allá de la iglesia del pueblo.
A pesar de su naturaleza fuerte, María llora de vez en cuando, las habladurías pesan; sin embargo no la detienen y mientras cocina bacalao noruego a la vizcaína le dice a su hija que estudie para ser una mujer exitosa e independiente. Es una obra de arte ver cocinar a María, sazona la cebolla, pero está impecable, con sus rizos hermosos, sus ojos color miel, sus curvas perfectas cubiertas por un vestido naranja y su sonrisa que hace pensar en una deidad griega.
María trabaja, cocina y estudia, como muchas mujeres que, sin la tradicional idea de familia, se responsabilizan de los hijos, de tal modo que parecen sobrehumanas. María es una bella y sabia loba, justo tiene este pensamiento mientras ayuda a su madre y enseña a su hija a cómo poner la masa sobre el “tlecuil” para comer el mole de olla con tortillas recién hechas.
[1] Fuentes, C. (2012), La Frontera de Cristal, México, CDMX; Punto de Lectura