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  • Laura Páez; Foto: Uziel López

Comida, comunidad y fiesta



Tengo la fortuna de vivir de manera cercana tantas y tantas expresiones de la tradición mexicana. Hace poco fui invitada a participar de un fiesta en un pueblo originario de la Ciudad de México, en donde la religión era un componente importante. Sin embargo, la integración de los miembros de la comunidad y su participación en la celebración, le confiere a esta un significado que rebasa por mucho lo meramente religioso.

En efecto, las motivaciones de los participantes están vinculadas a la fe y a sus creencias religiosas. Sin embargo, tienen otra motivación quizá tan fuerte como la religiosa, aquella que tiene que ver con un sentido de pertenencia, con la satisfacción de colaborar en un evento que involucra a todos los miembros y que, al mismo tiempo, fortalece los vínculos entre ellos mismos. Cada uno tiene una función determinada y cada uno se muestra orgulloso ante sus invitados en una de las facetas más alegres: la fiesta entre música, comida, vecinos y fuegos artificiales. En todo esto los alimentos juegan un papel fundamental. La preparación para la fiesta inicia varios días, incluso meses antes. Se reúnen las cooperaciones de los vecinos y un día previo a la fiesta, empiezan las tareas de preparación. Aquella primera noche, se ofrecen tamales, atole y café; se queman algunos “cuetes”, y llega la banda para amenizar las tareas de preparación.

Al día siguiente, desde muy temprano, se encienden los fogones que calentarán los cazos donde se freirán las “sesadillas", y los más de 100 kg de carne, que más tarde serán "las carnitas"; el arroz se cocina y los “nopalitos” se sazonan. .


Una vez que termina la ceremonia religiosa, los niños persiguen al “torito” que se ha encendido, a su paso arroja luces y dulces que los niños recogen entre risas y gritos de alegría.

Poco a poco la gente empieza a llegar a la casa anfitriona, la calle está cerrada, esperando a los cerca de 500 invitados. Llega también la banda de músicos y la marimba. Se observa la mesa donde descansan cacerolas rodeadas de manos que en una total sincronización van "armando" los platos que finalmente se colocan en las charolas que circulan entre la gente que empieza a disfrutar de su comida. No existe el menú para niños, tampoco la versión sin chile, chicos y grandes se unen a través de ese plato de carnitas.

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