- Natalia P.
LA FIESTA DE OCTUBRE

Todos los animales, humanos y no humanos poseen lenguaje, esto permite comunicarse y satisfacer necesidades instintivas. Los seres humanos poseemos un lenguaje especializado, incluye forma y sonido que influye en la idiosincrasia de un pueblo. En México frecuentemente utilizamos términos diminutivos “un poquito” “adiosito” “besitos”, etc; se genera un estado emocional diferente si en lugar de estos términos escuchamos “a little beat” “see you later” “a dopo” o “baci”, el lenguaje no sólo es carta de presentación, es también el vehículo para entender y estructurar el mundo que percibimos, nuestro código lingüístico está ligado a nuestro inconsciente colectivo.
Derivado de la idea anterior podemos entender también, que en un mismo lenguaje existen diferencias de sentido, dependiendo de la región, “culo” me resulta incómoda, sin embargo, cualquier niño español utiliza el término de manera cotidiana sin que éste le parezca incómodo; así podríamos encontrar distintos ejemplos sobre el sentido que damos al lenguaje de acuerdo a nuestra experiencia de vida y según al contexto sociocultural.
De esta manera surge el cuestionamiento: ¿Además de experiencias individuales o colectivas, ¿Qué otras cargas llevan las palabras? Si bien, esta relación entre significado y significante se encuentra de manera colectiva, una palabra es más que la representación de un objeto, de manera implícita está la vivencia del individuo.
¿Qué viene a la mente con estas palabras: Madre; Playa; Chocolate?; sin duda cada una está llena de experiencias subjetivas. Pensemos en las personas más queridas para nosotros, en días de celebración, en nuestro sentido de pertenencia, en olores y colores que nos traen recuerdos, que a su vez traen consigo una sensación de bienestar. En mi recuerdo más antaño está el origen al sentido que encuentro con el vocablo: Octubre. Parto de este punto para intentar transmitir mi experiencia de octubre:
Aún no termina septiembre y el aire festivo se empieza a sentir, es como si las casas, la iglesia, las banquetas y el quiosco del pueblo tuvieran más color, como si acabasen de ser pintados, solo falta el aviso de “Cuidado, Pintura Fresca” Llega el 17 de octubre, es la víspera de la fiesta del patrón del pueblo, ya se escucha la música en el atrio de la iglesia, no faltan las mañanitas, después canciones que despiertan las ganas de bailar y reír, las interpreta la banda del pueblo, ese sonido tan característico de los instrumentos de viento, reconozco una estrofa que toca sólo el trombón, me gusta.
El primer domingo posterior al 18 de octubre, en todas las casas del pueblo se reúne familia y amigos, las calles huelen a arroz, a tortillas recién hechas, la gente va y viene de la iglesia, es fundamental visitar al festejado; la feria y los puestos ambulantes de comida visten las calles, al recorrer la feria se percibe una mezcla de olores que hacen salivar más de lo habitual, los algodones de azúcar, las gorditas de maíz, las manzanas caramelizadas o enchiladas, las papas con salsa picante, los pambazos, los elotes con mayonesa o limón, los taquitos que no faltan en la mesa mexicana, quesadillas y sopes. Es un bombardeo para los sentidos, al mismo tiempo que se percibe el olor de la comida, escucho la música que está en todos lados y en ninguno, escucho a la señora que grita: ¡pásele, pásele! ¡quesadillas de chicharrón, papa, queso…! Veo a los niños sonreír por el paseo dentro del mini vagón del metro y siento con toda precisión la mano de una niña pequeña que me llama por mi nombre, quiere ir a los carros chocones, la miro, sonreímos y caminamos entre la gente, a todos ellos los siento tan cercanos, tan iguales a mí, los siento como una familia celebrando el cumpleaños de nuestro amado abuelo; así como yo, ellos también desde niños esperan todos los años la celebración que nos hace uno, esperamos cada año la fiesta de Octubre.