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  • Texto: Laura Páez; Foto: Ariel Ojeda

En el Tianguis

Aunque en diferentes países tengan sus propios mercados callejeros, El Tianguis, también llamado en México como mercado sobre ruedas, es en realidad algo muy particular. Todos conocemos uno, llegan a todas las colonias y barrios de la ciudad, dejándonos a la espera de su alegre llegada, generalmente una vez por semana. Para llegar a aquel fantástico destino, es preciso caminar un poco, su naturaleza callejera implica dificultad vial, por lo que la ida al tianguis supone también una caminata y un regreso cargando el "mandado".


A mí me gusta caminar por los pasillos de tianguis, encontrarme y saludar a mis vecinos, quizá detenerme a conversar un momento con ellos, reconocer que ahí somos la versión más honesta de nosotros mismos, no usamos tacones, ni bolsos, tampoco es indispensable cuidar el peinado ni el maquillaje, ahí somos simplemente nosotros.


Hace falta caminar un poco para llegar a la zona de comida, esos grandes comedores instalados temporalmente para que podamos sentarnos a comer aquello que solo está disponible una vez a la semana: la barbacoa, los tlacoyos, las carnitas y tantas otras cosas que no cocinamos regularmente en casa y aunque hay magníficos restaurantes, en realidad no tiene mucho que ver una cosa con la otra.


Nadie puede negar que lo que comemos en el tianguis tiene un sabor difícil de igualar, quizá es que la señora que hace los tlacoyos lleva su vida preparándolos, quizá aprendió de su madre o de su abuela; quizá lo mismo sucede con el señor que hace la barbacoa, o las carnitas; quizá es que el trato con ellos es más cálido, o el hecho de comer relajadamente, sin cuidar demasiado las formas; quizá son la bromas o la conversación, no lo sé, quizá es todo al mismo tiempo.


Después de comer, ya se puede hacer la compra de la semana. Hay que decir, que en los pasillos del tianguis podemos encontrar cualquier cosa, ahí cabe un mundo entero: podemos encontrar lo de siempre, o la novedad.


Nada más de recorrer con la mirada los diferentes puestos, se abre un arcoíris. Frutas, verduras, semillas, chiles, todo colocado cuidadosamente sobre los aparadores improvisados; los alimentos son tratados con cariño y mostrados a los clientes con orgullo, todo aquello recuerda a una joyería: “Tenemos que cuidar el producto, nuestros clientes lo merecen.”


Esa relación entre “cliente-marchante" bien podría ser el marco para una buena película mexicana. Entre ellos existe en principio una relación de confianza mutua, ninguno quisiera fragmentarla, por eso el cliente procura siempre comprar con su marchante o bien, si lo hace con algún otro, se cuida de no ser visto. Los vendedores conocen bien a sus clientes, los cuidan procurando un buen producto, saben lo que les gusta, incluso intuyen su presupuesto, acostumbran a dar “pilón” y se toman un tiempo para hacer bromas y conversar, conversación que será retomada la “próxima”. He llegado a pensar que los vendedores, son expertos en psicología, o sociología, saben cómo “romper el hielo” con la gente y saben también de qué hablar o qué bromas hacer.


Yo creo que trabajar en un tianguis, debe ser una actividad muy placentera, las personas que trabajan ahí siempre están de buen humor, cantan, bailan, sonríen. Así transcurre el día, entre bromas, albures y música.


¿A ustedes qué les parece el tianguis? Me encantará que me escriban y nos recomienden su tianguis de confianza y algo rico para comer.

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