- Natalia P.
La Seducción de la Mesa
En las primeras clases de la materia de filosofía explico a mis alumnos de qué se trata esta área de estudio, siempre es oportuno ligar el temario a situaciones concretas y de interés para ellos, por lo que recurro a sus experiencias como adolescentes, suele despertar interés hablar de las relaciones interpersonales, particularmente del noviazgo, ante preguntas como, ¿Qué hace elegir a una pareja? ¿Bajo qué condiciones la gente dice estar enamorado? ¿Qué es el amor, algo que flota en el aire, un conjunto de reacciones químicas cerebrales, una cuestión meramente instintiva? hay murmullo y risas nerviosas, sé entonces que el tema fue aprobado y que por lo menos atienden la clase.
Es evidente que cada generación de adolescentes cambia el modo en que se relacionan con sus pares, actualmente y en general, el principal modo de interactuar no es persona a persona, es a través de la tecnología, por lo que es un drama al estilo de una tragedia griega cuando se les castiga el celular, no conciben la vida sin internet, sin mensajería instantánea, sin redes sociales; derivado de este tipo de interacción, las relaciones entre ellos parecen abrirse y cerrarse como una página de internet, busco, abro, cierro, abro otra. Sin embargo algo parece permanecer en el núcleo de las relaciones amorosas, aun cuando puedan ser breves, es un tipo de esencia que ya identificaban los griegos antiguos, increíble si pensamos en la cantidad de años que han transcurrido.
El instinto de alimentación mantiene vigente la costumbre de compartir alimentos y estrechar las relaciones, actualmente podemos compartir la mesa con amigos, con familia y conversar, un tema probablemente recurrente gira en torno a las relaciones interpersonales, particularmente ese ideal, al que se le ha dado el significante de amor.
Imaginemos una celebración en la antigua Grecia, es casa del poeta Agatón, habría uvas, higos, queso, pan, peras, aceitunas y un cuenco de barro lleno de agua; entre sus invitados se encuentra el gran Sócrates, llega acompañado de Aristodemo, quien a mitad del camino lo ha encontrado.
El anfitrión ha pedido a Sócrates sentarse cerca de él para ser partícipe de sus magníficos pensamientos, transcurren los minutos mientras comen y beben; un joven llamado Eríximaco propone pagar un tributo al gran Dios Eros, del que en su honor los poetas no han hecho cánticos, cada uno improvisará un discurso en alabanza a Eros, la propuesta es unánimemente aceptada.
El primer discurso corresponde a Fedro, recuerda la Teogonía de Hesiodo, en ella el caos existió al principio de los tiempos, al caos lo sucede Gea y Eros, por lo que considera a Eros el más anciano de los dioses y el que más bien hace al hombre, es fuente de inspiración para vivir honradamente, ante una mala acción no habría mayor vergüenza para el que ama que ser descubierto por el ser amado, el hombre que ama se inclina más a la virtud que al vicio, pues en su alma existe un Dios. Coincidiremos que el amor puede sacar lo mejor de algunas personas, en el caso de relaciones tóxicas o codependientes es claro que se hablaría de necesidades afectivas, etapas psíquicas no superadas, etc., temas que no coinciden con lo aquí tratado.
Después de esta intervención, el joven Pausanias inicia haciendo una identificación entre Eros y Afrodita, piensa que no se concibe Eros sin Afrodita, distingue dos Afroditas, la primera Hija de Uranos, otra hija de Zeus y Dione, cada una de ellas inspirará de manera diferente a los seres humanos, esta última, por ser hija de varón y hembra aspirará sólo al goce, la hija de Uranos por nacer sólo de varón, inspira a quienes sólo gustan del sexo masculino, más fuerte e inteligente; cabe señalar que es parte de la visión griega esta sobrevaloración masculina, el propósito de ellos es unirse toda la vida con la persona que aman. La perspectiva de Pausanias se podría identificar con la capacidad que tenemos para estrechar relaciones por medio de intereses y así formar vínculos que perduren.
Mientras los comensales disfrutaban del vino, con la intención de beberlo por placer, sin llegar a la embriaguez, Aristófanes narra que en otro tiempo la naturaleza humana era diferente, existían tres clases de hombres, los dos sexos que hoy conocemos y un tercero, conformado por ambos, reunía el sexo masculino y femenino, lo llamaban andrógino, tenían cuatro brazos, cuatro piernas, dos semblantes opuestos entre sí, eran mucho más fuertes; sin embargo, concibieron la idea de escalar el cielo y combatir con los Dioses, Zeus al enterarse, examinó las opciones, sabía que quería el culto humano, por lo que no podía fulminarlos, así que decidió separarlos para hacerlos débiles, Apolo curó las heridas, unió la piel sobre lo que identificamos como vientre, quedando una pequeña cicatriz que llamamos ombligo, colocó el rostro donde se había hecho la separación, los hombres empezaron a caminar en dos piernas; de esta separación surge la necesidad del alma de buscar al otro que formaba parte de su compuesto original, sea hombre o mujer. Este mito sería una bella explicación del amor que sentimos unos por otros.
Finalmente Sócrates interviene, para él el amor tiene el carácter de universal, el amor es el deseo de lo bueno y de lo que hace dichoso, consiste en querer poseer siempre lo bueno, productor de belleza mediante el cuerpo y el alma, es unir el deseo de lo bueno con el deseo de lo inmortal, es querer que lo bueno nos pertenezca siempre, ese es el objeto del amor; después de haber hablado le aplaudieron, satisfechos por el discurso socrático.
Así continuó transcurriendo la noche, después del canto del gallo sólo permanecían despiertos Agatón, Sócrates y Aristófanes, pasaban una copa de mano en mano, estando a media discusión empezaron a adormecerse, Sócrates viendo a ambos dormidos, salió, pasando el resto del día con sus actividades habituales.
Pensar en esta combinación de vino, frutos, queso y conversación resulta seductor, quizá por los instintos que intervienen, a veces el hombre se auto engaña pensando que la razón nos separa del resto de las especies, en realidad la razón sólo es el maquillaje de nuestra animalidad y el amor como prueba de la refinación de los instintos de reproducción.
